Me dice usted que no lo entiende.
A pesar de todos esos títulos colgados en la pared, aquí, la licenciatura, allí el doctorado, todos esos másters, y me dice que no lo entiende.
Y es que usted es hombre. ¿Cómo lo va a entender? Para ustedes lo único que les preocupa de un divorcio es que la nueva sea más joven que la que se deja.
¿Cuál de todos es usted en esa orla? No se me moleste, pero entonces tenía más pelo.
Todas teníamos más cosas. A veces me parece que vivir no debería contarse por los años que ganas sino por las ilusiones que pierdes. Sería divertido, ¿qué edad tienes?, preguntaríamos. Menos diez ilusiones. ¿Menos diez?, nos dirían las vecinas, pues chica, no las aparentas, no te hubiera echado más de menos tres. ¿Qué crema empleas?
Nosotros también aparecíamos en la orla. Yo en la M, de Martinez. Él en la H. Yo creía que de Hinojosa pero luego supe que era de Hijodeputa.
No se ría de ese modo. Lo digo como lo siento. Ya sé que no debo decir eso delante del juez. Allí debo llorar y contar su infidelidad y el daño que me ha hecho… El papel de mujer hundida. A ustedes, los hombres, eso les puede. Les aflora el complejo de caballeros andantes.
Pero yo no estoy apenada ni hundida. Estoy rabiosa. No puedo perdonar. Y no deseo únicamente alejarme de él, también quiero hacerles daño.
A los tres. A él y a ella dos.
Él pagará en los juzgados, pienso estrujarle ese sueldo de director de banco hasta que lo vea arrastrase. Pero ellas… A ellas las quiero ver tiradas en la calle, emplastadas en la acera como dos cagadas de pájaro… Con ellas no hay piedad, porque no hay piedad con las traidoras, con las perras que muerden la mano que les da comer, con las desagradecidas.
Tampoco me mire con esa cara, hombre. No tiene que entenderlo. No le pagaré porque lo entienda. Ustedes, los hombres…
Al principio, él era como todos son al principio: atento, divertido (cuánto me hacía reír, después de hacer el amor, se dibujaba una cara en el pene y me contaba chistes poniendo voz de dibujo animado), también me traía flores de vez en cuando. Yo las ponía sobre la mesilla, con la luz del amanecer parecía que todavía estuvieran vivas. Cuando se marchitaban traía otro ramo.
Fue más tarde, no sé decir cuando. Las mujeres sentimos el tiempo de otro modo. Nuestros calendarios se marcan por el cariño. Un pedazo de saliva es un minuto, la piel desnuda un día.
Tal vez fuese después del primer aborto, no sé…
Simplemente fue. Un día te levantas y las flores están secas.
Luego son detalles. Las caricias en la espalda, por ejemplo. Sus manos ya no me recorrían, comenzaron a centrarse en ellas. Ingenua de mí, yo creía que era mí a quién tocaba pero sólo las amaba a ellas. O los besos antes de irse, dejaron de ser en la mejilla, me levantaba la camiseta y le daba uno a cada una. Me pedía que me vistiese ésta o esa otra camiseta, que me hacían un bonito escote, decía, su mirada ya no buscaba en mis ojos, siempre pendiente de las dos, metiendo el dedo en el espacio que las separa.
Te das cuenta. Ya no eres tú. No te ama, te ha cambiado. Por un tiempo te mientes, dices que volverá, lo cuentas a las amigas, dicen que eso es bueno, que le gustas, pero en tu interior sabes que no es así.
Te está engañando. Ya no te ama. Se va con las dos. Les hace el amor a ellas, les habla a ellas. Un día te despiertas, haces café, te miras en un espejo y las oyes cuchichear, se ríen de ti.
Así que, doctor, me da igual que no lo entienda. Quiero lo que he pedido, que me las quite, que me las corte, quiero ver cómo gritan. Quiero ver cómo tienen miedo.
Quiero ver la cara de él cuando nos veamos en el juzgado.
Infinito
Hace 4 meses