lunes, 13 de abril de 2009

Kosolapov



El año que se suicidó mi hermano, el Sporting fichó a Kosolapov.

Era un centrocampista que nunca entendió que significaban la cosa redonda que corría por la hierba. Cuando debía cubrir a su hombre, estaba haciendo una ayuda a un compañero; si debía hacer una ayuda a un compañero, corría pegado a un jugador contrario.

Una vez lo encontré en la playa. Era finales de septiembre. Tenía el aspecto de un San Bernardo con el barrilete vacío. Poca gente aprovechaba el veranillo de San Martín. Él miraba al mar fijamente. Le pedí a mi madre un papel para que me firmara un autógrafo y me dio un ticket del supermercado. Me acerqué con timidez, le extendí el papel y el lápiz. Me observó durante unos instantes, casi asustado, incapaz de sonreír.

Tomó el papel, escribió algo en ruso e hizo un garabato. Yo me volví con mi madre, no miré siquiera la firma. No le dije mi nombre. Al poco rato, se puso una camiseta y se fue.

Sólo marcó dos goles aquella temporada. No terminó la temporada, en diciembre volvió a Rusia.

Todavía conservo el autógrafo aunque nunca lo he leído.