viernes, 23 de mayo de 2008

Uno de esos padres



Afuera llueve y las gotas resbalan por el vidrio. Me siento al lado de una señora, el primer acelerón del autobús casi tira al suelo a un adolescente que no se había sujetado a la barra. La señora usa un perfume pegajoso, dulzón, ocre. Levanto la vista del libro, en contra de lo que el olor anuncia es una señora normal, una madre de familia que ronda la cincuentena, con falda marrón y blusa de tienda de barrio. Intento volver a la lectura pero el olor se va metamorfoseando. Al acostumbrarse mi nariz, bajo el perfume, comienzo a distinguir el olor a tabaco, a sudor, a nervios de última hora.
Cierro el libro. En la siguiente parada una adolescente se baja y se arroja en los brazos de un chico que la esperaba sentado en la marquesina. Se besan con urgencia. Seré uno de esos padres que miran el culo de las amigas de su hija.

martes, 6 de mayo de 2008

Las mantas del ejército



La noche suele ser fría. Los mendigos usan antiguas mantas del ejército para taparse. Fueron donadas a las monjas del hospicio y éstas las repartieron hasta que se acabaron. Los que no tuvieron la fortuna de hacerse con una, emplean cartones de los supermercados para aislarse del suelo. No llueve porque en la ciudad del viento nunca llueve, las nubes siempre están de paso, y la falta de esperanza en una buena tormenta consigue que la gente camine mirando a las aceras, conscientes de que nada puede esperarse de esa inmensa superficie azul, ese muro sin cuerpo que les separa de las estrellas. Algunos dicen que es el mar reflejado, pero los mendigos saben que es el frío. El azul del cielo únicamente puede traer otras mantas de ejércitos derrotados.